Por
si acaso...
En
cierta ocasión le preguntan al Santo Cura de Ars:
-
¿Por qué se detiene tanto tiempo, después de la consagración,
contemplando la sagrada Hostia?
Su
respuesta no carece de ingenuidad y profunda humildad:
-
Por si no tengo la dicha de contemplarlo en el Cielo.
Todo
para Ella
Corría
el año 1854, cerca de que la Iglesia proclamara el dogma de la Inmaculada
Concepción... El Cura de Ars preparaba su parroquia para el solemne
acontecimiento.
Cuenta
la baronesa de Belvey:
“Algunos
días antes de la proclamación de esta verdad de fe, oí cómo el siervo de Dios
predicaba un sermón, en el cual recordaba con momentos de alegría, todo lo que
había hecho por María Inmaculada.
Un
escalofrío pasó por todo el auditorio cuando al terminar, exclamó:
-
¡Si para dar algo a la Santísima Virgen pudiese venderme, me
vendería!”.
El burro
Juan María Vianney fue autorizado a estudiar en el
seminario, pero era considerado “muy lento” por los instructores.
Después de ser suspendido en más de un examen, su rector le dijo:
“Juan, los profesores no te consideran apto para la
sagrada ordenación al sacerdocio. Algunos te tachan de ‘burro que no sabe
nada de teología’. ¿Cómo podemos promoverte al sacramento del sacerdocio?”.
La respuesta que San Juan María Vianney le dio se
hizo célebre:
“Monseñor, Si Dios permitió que Sansón matara a cien filisteos con la
quijada de un burro. ¿Qué cree que podría hacer con un burro entero como yo?”.
Juan María acabó siendo ordenado sacerdote no por causa de sus luces intelectuales, que de hecho no eran su fuerte, sino por lo que más importa en cualquier sacerdote: la santidad de vida. Se convirtió nada menos que en uno de los más santos y extraordinarios párrocos conocidos en toda la historia de la Iglesia
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