28 de agosto - San Agustín de Hipona

 


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Los momentos clave de la vida de Agustín

AGUSTÍN MANIQUEO

Agustín a los 19 años vive una primera conversión a la filosofía, mientras estudia en Cartago, al leer el Hortensius de Cicerón. Era un libro escrito para animar a las personas a abrazar la carrera filosófica y que se proponía a los estudiantes tanto por su forma literaria como por la propuesta que hacía al lector. Agustín quedó maravillado por libro, que despierta su ilusión y vocación por la búsqueda de la verdad.

San Agustín. María Teresa Castaño (2004), Kaohsiung, Taiwán.San Agustín. María Teresa Castaño (2004), Kaohsiung, Taiwán.

Para Agustín este libro fue una “epístrofe” o conversión intelectual, pero no tuvo consecuencias de “metanoia” o conversión moral. Una vez que oye hablar de la verdad de este modo, se lanza en la búsqueda de Jesucristo como consecuencia de la educación cristiana que tuvo desde niño. De hecho, los libros platónicos y el mismo Hortensius le defraudan desde el momento que no hablan de Cristo.

El libro de Cicerón presentaba tres puntos esenciales: la renuncia a las riquezas, la renuncia a los honores y la renuncia al matrimonio, pues el casado no podría vivir la práctica de la filosofía. Una vez que los asume, intenta buscar en la Sagrada Escritura lo que Cicerón no le ofrecía. Es cuando se derrumba su primera búsqueda en la Palabra de Dios, de la que se siente profundamente defraudado. Se ha dicho que Agustín rechaza las escrituras porque literariamente le parecen indignas. Sin embargo, se pueden dar otra serie de razones de mayor peso:

En el libro de las Confesiones Agustín indica que no volvió a releer el libro de Cicerón “para dar más mordiente a mis expresiones” ( Conf 3,4,7). Es decir, no le interesa tanto el estilo literario de Cicerón, deja en segundo lugar las formas. No parece que al leer la Biblia buscase su interés literario.

En otros capítulos de su libro Agustín recalca que el estilo no le interesa tanto cuanto el contenido al leer libros ( Conf 4,3,5; 5,6,10; 5,13,23).

Los maniqueos admitían la Sagrada Escritura, y además utilizaban la misma versión que los católicos, excepto en que purgaban los pasajes más incómodos. Después de rechazar las escrituras, en pocos días, Agustín se hace maniqueo y, por tanto, vuelve a utilizarlas.

Agustín dice que cuando leyó “aquella escritura” se sintió defraudado: es decir, habla de un pasaje concreto, pues cuando se refiere a la totalidad de la Biblia lo hace siempre en plural: “las escrituras”. Además, en el Sermón 51,5,6 se nos dice exactamente qué pasaje fue el que le hizo sentirse defraudado: la genealogía de Cristo en el Evangelio de Mateo. Encuentra en su contenido contradicciones graves, sobre todo al ser comparadas con la otra genealogía de Jesús del evangelio de Lucas.

Precisamente uno de los habituales discursos proselitistas de los maniqueos estaba basado en la denigración de los católicos porque en sus libros sagrados había graves contradicciones. Los maniqueos eliminan estos textos, entre ellos los relativos a las genealogías. Agustín no rechaza las Escrituras por su estilo literario, sino porque encontraba a cada paso misterios y presuntas contradicciones. Lo que no se podía aceptar en un camino hacia la verdad.

Los maniqueos le ofrecen la Sagrada Escritura pero libre de estos pasajes misteriosos, sin incoherencias ni dudas. Desde entonces se acerca a ellas con un afán de evaluación de su contenido, con intención de juzgarlas desde su sabiduría en el campo lingüístico. El Agustín maniqueo intenta dar una “qualitas” y una “dignitas” a la Escritura.

Cuando Agustín lee las genealogías se le presentan como un texto sin autoridad, con incoherencias internas, todo lo contrario a lo que le daba Cicerón y los autores clásicos.

Si Agustín poco después vuelve a tomar las Escrituras de un forma racional, dando a Cristo una máxima autoridad, es porque los maniqueos, con su propaganda, le hacen acercarse a ellas desde otro punto de vista. Agustín leyó uno de los típicos textos presentados por los maniqueos para mostrar las contradicciones de los católicos; a su vez Cicerón y el Hortensius no llenan su ansia de encontrar la verdad en Cristo; es entonces cuando los maniqueos lo atraen plenamente.

El maniqueísmo tenía una metafísica materialista y dual (principio del bien y del mal, ambos eternos e inmutables), panteísta (todo pertenece y es emanación de uno de estos dos principios) y con una moral que partía del principio de los sellos: frente, boca, pecho y manos, o lo que es lo mismo, pensamiento, palabra, sentimiento y obras.

Después de un tiempo de aprendizaje, Agustín tendrá una nueva evolución que parte de sus dudas, nunca resueltas por los maniqueos:

La primera de estas dudas era científica. Los maniqueos tenían en la astrología como una ciencia fundamental para conocer la realidad. Sin embargo, muchos de sus libros se contradicen o no tienen la más mínima visión científica de lo que dicen.

La segunda fue escriturística. Un presbítero católico de Cartago, llamado Elpidio, siempre en público defendía la Sagrada Escritura tal como la tradición la había entregado, es decir, al modo católico. Nunca Agustín escuchó una sola respuesta franca y válida de los maniqueos a las objeciones de Elpidio.

La tercera duda fue metafísica. Nebridio, amigo de Agustín, le pregunta a éste de qué sirve estar en una lucha continua de dos principios, el del bien y el mal, que ninguno de ellos va a ganar. Si ambos principios son inmutables, no se entiende que estén en lucha, pues nada van a cambiar. Agustín busca la respuesta a la pregunta sin que ninguno de los maniqueos más importantes le pueda dar una respuesta lógica. Le convidan a que presente las tres dudas a Fausto, tenido por el más sabio de los maniqueos. Éste no responde seriamente a ninguna de las tres dudas.

En Cartago, por tanto, Agustín comienza a desencantarse del maniqueísmo. Pero se produjo un episodio que le hizo abandonarlo definitivamente. Cuando Agustín llega a Roma, la secta maniquea recibe una importantísima cantidad de dinero proveniente de un tal Constancio, que la dona a la secta todos sus bienes con la condición de que se funde una comunidad maniquea con gran exigencia moral.

Los primeros que se echan atrás en el proyecto son los maestros maniqueos. Entonces Agustín descubre que la vida que proclamaban no es la que vivían.

AGUSTÍN, ESCÉPTICO

Agustín se desilusiona tanto del maniqueísmo que cae de forma casi inmediata en un escepticismo filosófico, creyendo que la verdad existe, sí, pero no puede ser conocida y no hay camino alguno para llegar a ella.

San Agustín superará esta etapa pensando en sus propias capacidades y cualidades, en sus deseos de búsqueda y en el planteamiento del problema de la fe y la razón. Llega a la conclusión de que para alcanzar la verdad se necesita la fe. Los maniqueos le habían presentado como disyuntivas ambas realidades. Pero Agustín descubre, al superar el escepticismo, que no son contradictorias, sino complementarias.

De este modo no le resulta difícil aceptar las Escrituras aun con sus contradicciones literarias, desde la humildad: primero creer, y creyendo es como se llegar a conocer, y desde ahí a entender.

AGUSTÍN, CRISTIANO

Agustín vive entonces ya en Milán, donde acude a escuchar con frecuencia al obispo católico, san Ambrosio. Empieza así a aceptar lo “espiritual”, la fe en la Iglesia y, finalmente, todo el credo católico. Así rechazará tanto el dualismo maniqueo como el escepticismo que nada soluciona.

San Agustín hablando con Simpliciano (izquierda) y en la escena del “Toma y Lee”. Monumento funerario de San Agustín, Pavía, Italia.

El problema del mal en el mundo será uno de los que le indiquen el camino del cristianismo. Los platónicos habían propuesto que el mal era una ausencia y privación de bien, no un principio propio. Sin embargo, el Hortensius le había metido en la cabeza que sólo se llegaba a la verdad con las renuncias a las riquezas, a los honores y al matrimonio. El caldo de cultivo de la conversión moral se estaba preparando, la conversión definitiva que tendrá como consecuencia su bautismo.

Ponticiano, uno de sus amigos, le cuenta la vida de San Antonio y la historia de los jóvenes de Tréveris, historias ambas que se enmarcan en la vida en común, en la vida monástica y en la castidad. Agustín no sabía nada de todo esto. Finalmente, al leer el texto de Romanos 13,13 sobre la vida en Cristo, une todas las piezas.

En las cartas de San Pablo descubre el significado de estar comprometido en la vida cristiana. Y los grados de compromiso mayores se muestran en el martirio y en el monacato. También descubre, desde el bien conocido mundo clásico, que en el cristianismo se debe buscar también un otium , una vida retirada, que intenta llevar a cabo en Casiciaco. Y por último, encuentra cómo a los monjes se les designa servus Dei, los que se entregan de forma total para el servicio de Dios y renuncian a todo honor, riquezas y a la vida marital, como proponía el Hortensius.

Agustín se bautiza el año 387 en Milán, cuyo obispo —y oficiante del bautismo— había iniciado con sus palabras todo este camino de conversión cristiana. De allí marchará hacia África, no sin antes despedir a su madre en el puerto de Ostia Tiberina, en el famoso “éxtasis” previo a la muerte de ésta. Sólo el 388 podrá volver a África, e iniciar su experiencia más vital, en la finca Casiciaco de Tagaste: una vida común que supera en mucho la primera intención de comunidad filosófica que ofrecía Cicerón.

Agustín, con los suyos, decide dedicarse a la vida monástica, a la contemplación y la búsqueda de la verdad por la fe y el conocimiento.

AGUSTÍN, PRESBÍTERO

El año 391, tres después del inicio de su vida monástica, Agustín es elegido presbítero por el pueblo, según la costumbre de la Iglesia de ese tiempo. Aunque en principio nunca fue intención de Agustín el acceder a las órdenes sagradas, sus ideas sobre el servicio a la Iglesia le obligan a aceptar el nombramiento.

El servicio a la Iglesia es servicio a Cristo, y la caridad está por encima de todas las demás cosas. El cristiano mejora no al conocer más, sino al servir más. El criterio de perfección cristiana no es el conocimiento sino el amor, y su amor a la Iglesia es lo que le impide renunciar a lo que el pueblo fiel pide, aunque esto suponga cambios no deseados en su vida.

AGUSTÍN, OBISPO

Aunque existía la prohibición de que hubiese dos obispos en una diócesis, con Agustín se da el mismo caso que con otros grandes padres de la Iglesia, como Gregorio Niseno, Gregorio Nacianceno o el mismísimo San Ambrosio.

San Agustín, obispo. Palomares, México D.F.

Valerio, un obispo anciano, actúa con mucho practicismo. Para retener a Agustín en su diócesis y como sucesor suyo, lo ordena obispo y así consigue que no sea llevado a otra diócesis. Para ello contó con el beneplácito del obispo de Cartago, Aurelio. Curiosamente, quien no accedió fue el obispo de Numidia, Megalio, primado por ser el más anciano, a quien sustituirá en la diócesis el amigo de Agustín, Posidio.

La objeción que ponía Megalio, sin embargo, no era que hubiese dos obispos en la diócesis de Hipona, sino que la vida pasada de Agustín no le parecía propicia para tal nombramiento, especialmente por su tiempo de maniqueo. Se precisaba el visto bueno del primado para la ordenación, y finalmente Megalio se convenció de que Agustín había abjurado definitivamente del maniqueísmo.

Valerio muere poco después, pues sabemos que todas las actuaciones de Agustín como obispo fueron de suma autoridad. Agustín puso toda su resistencia posible a la ordenación, pero la aceptó por los mismos motivos que el presbiterado. Fue consciente de las irregularidades de su ordenación, como comenta en la carta 213.

La fecha de esta ordenación episcopal es oscura. Tenemos los sermones que pronuncia en los aniversarios diferentes de su ordenación, pero en ninguno de ellos ofreces datos suficientes para fecharla. Sabemos solamente que fue ordenado entre la fiesta de la Ascensión del año 395 y agosto del 397. De ahí que tampoco sepamos con certeza durante cuánto tiempo hubo dos obispos en Hipona.

Agustín es obispo durante los últimos 30 años de su vida. Se convirtió en un adalid de la unidad de la Iglesia y con toda su inteligencia y su caridad buscó la verdad nuevamente, ahora rebatiendo a multitud de grupos y grupúsculos que fueron apareciendo en la Iglesia y que la dividían: donatistas, pelagianos, etc.

Vio decaer el imperio en el norte de África, pues su vida se agota en el 430, poco antes de la entrada de los vándalos en Hipona, del fin progresivo del imperio romano en el norte de África. Murió anciano, pero las invasiones bárbaras le produjeron grandes sufrimientos por el temor —que se convirtió en realidad— de ver la Iglesia católica africana, que tantos frutos había dado, exterminada y abandonada a su suerte en la carnicería provocada por los enemigos del Imperio.

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