LOS HERMANOS POBRES
Son nuestros acreededores que con su presencia nos invitan a cancelar nuestra deuda de caridad.
Son los dichosos del evangelio que nosotros hemos desdichado en el mundo con nuestra indiferencia.
Son los cristos de hoy que ignoramos en las calles y predicamos de buena manera en las parroquias.
Son a quienes les debemos no solo los bienes, sino nuestras vidas.
Son los maestros que nos enseñan a vivir con poco y a confiar como hijos.
Son nuestros anfitriones en el cielo, por ello debemos ser sus anfitriones en la tierra.
Son los dueños de los bienes que no usamos y están en nuestra propiedad.
Son la escalera que nos llevará al cielo o también al infierno por nuestra indiferencia.
Son compañeros de vida que nunca nos faltaran en este viaje.
Son los que nos enseñan a conocernos y a reconocerlos como hermanos.
LO QUE FALTA
Falta una mirada pura para ver lo bueno de mi prójimo.
Falta reconocer mi dignidad para reconocerla en el otro.
Falta amar la verdad para no aprovecharme de dicha palabra.
Falta obedecer para que mi fe sea completa.
Falta llenarme de Dios más que llenarme de mí.
Falta transparencia para no quedarme en la apariencia.
Falta dar no solo lo que tengo sino lo que soy.
Falta continuar con mi conversión para no quedarme solo en la convicción.
Falta amar no solo a los míos, sino también a los que están contra mí.
Falta la enlazar lo que aconsejo con lo que vivo.
Falta meditar las consecuencias de mis actos y decidir sus causas.
Falta enamorarme de Dios para asegurar mi fidelidad.
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